La intimidad de la historia de Nación es Nieves, personaje-sibila, y un grupo de operarias en el papel de pasadoras, que nos dan a ver lo que representa el fin de una época en la que la mujer había accedido al trabajo industrial. Su experiencia nos llega a través de vestigios, de señales, de imágenes del cuerpo como archivo de acontecimientos, personales y comunales, que colocan en las manos y traen para la garganta batallas campales a la desesperada para mantener los puestos de trabajo. Más los ecos de una frase «¡mira que tardamos en ser nación!», con su reverso en la ruina de las fábricas de loza, de tejidos, de conserva. Las marcas que esa desaparición deja en el filme son inscripciones de momentos de existencia, de voces que entran en conflicto con la iconografía oficial de las mujeres como objetos de «quita y pon». Son acciones que mantienen el no, que desafían el augurio, que se expresan en femenino, que atraviesan la cerca. Es el retorno a los años felices que preservan algunos archivos.
Nieves es ella y todas las mujeres que, condenadas a volver «al hogar», buscan una salida diferente. La convivencia con Mónica de Nut, performer y precaria, hace emerger un relato que transita memoria e imaginario hasta llegar a respirar con la película. La voz de la esfinge, destinada a abrir y a cerrar el filme, se desvía de su función y se deja arrastrar por un cuerpo que, en acto, libera los miedos. La arquitectura sonora que compone Mercedes Peón, elemento substantivo de la atmosfera de Nación, se acompasa con imágenes cuyo origen, imperfección y formatos diferentes nos aproximan, en algunos momentos, a un filme de familia y siempre al latido de la sororidad.
Intención de la directora
Siempre califico Nación como un filme de la estirpe de los de «Arte y Ensayo», como una película que trata de lo mucho que tardamos las mujeres en tener derechos, no sólo en votar sino en acceder al trabajo asalariado y a la posibilidad de ser independientes. En resumen, lo mucho que nos costó ser Nación. Una de las fábricas que escogí es A Pontesa, porque cubre un periodo (1961-2001) que atraviesa cambios políticos y del sistema capitalista; porque la loza, el textil y la conserva, es decir, lo que tiene que ver con la comida y el vestido, son ramas representativas del acceso de las mujeres al trabajo.
Nación es un filme de no ficción de bajo presupuesto que comencé costeando con el dinero de un premio y con el que le doy continuidad a una línea de trabajo que contribuye a la construcción de un nuevo canon para el cine de género, canon que va más allá de los personajes femeninos como protagonistas y que apuesta por trabajar políticamente y en registros diversos la expresión fílmica. A nivel temático me enfrento con el final del trabajo industrial y con la mujer como primera afectada, retomando los diferentes y dolorosos caminos de retorno «al hogar» y a sus fantasmas seculares de histeria, silencio, exclusión del deseo.
Por eso Nación es filmar desde el cuerpo como archivo de pequeños acontecimientos, personales y comunales; es filmar lo vivido como índice, como vestigio, como memoria, al margen del relato patriarcal. Por eso el filme Nación enlaza imágenes que auto-registraron y registraron la acción y la voz de las mujeres en diferentes situaciones y épocas.
Resignificar el material de archivo desde el presente; trabajar la inscripción de clase y feminista; pensar el cine siempre desde una cultura y en versión original… Nación es cine de búsqueda, es lo real expresado a través de una propuesta autoral, es el cuerpo que respira con la película; es la restitución a la esfera pública de la mujer forzada a encerrarse, de nuevo, en un espacio velado. Es rastrear esas señales que están en la intimidad de la Historia y que traen de la mano el No.

